martes, 6 de agosto de 2019

Baltasar de Alcázar. Espada, Pluma y Cuchara


Baltasar de Alcázar (1530-1606) fue personaje ilustre sevillano que por andar anduvo enredado entre batallas, poemas y cocinas. De sus andanzas de guerrero y gobernante daremos cuenta en otro momento y espacio. Toca pues alabar, entre tanto relato de centenario e ilustres coetáneos de gesta magallánica, al maestro literato y su poesía.

Baltasar de Alcázar (1530-1606)

Escribe el poeta sobre las cosas del querer, el vivir y el yantar, pretexto para unos y otros de adjetivarlo de mujeriego, costumbrista y gastrónomo adelantado de su época. Recogemos aquí a modo de aperitivo y entrada tres de sus redondillas dedicadas al comer: La cena (jocasa), quizás las más conocida, Preso de amores y La Vejez; tres ejemplos de comunión entre el escribir y el comer, la poesía y la comida en una época gloriosa de la literatura y la gastronomía sevillana, Saber y Sabor de la Sevilla Antigua.

Una cena (jocosa)

En Jaén, donde resido,
vive don Lope de Sosa
y diréte, Inés, la cosa
más brava de él que has oído.

Tenía este caballero
un criado portugués…
Pero cenemos, Inés
si te parece primero.

La mesa tenemos puesta,
lo que se ha de cenar junto,
las tazas del vino a punto:
falta comenzar la fiesta.

Comience el vinillo nuevo
y échole la bendición;
yo tengo por devoción
de santiguar lo que bebo.

Franco, fue, Inés, este toque,
pero arrójame la bota;
vale un florín cada gota
de aqueste vinillo aloque.

¿De qué taberna se traxo?
Mas ya…, de la del Castillo
diez y seis vale el cuartillo,
no tiene vino más baxo.

Por nuestro Señor, que es mina
la taberna de Alcocer;
grande consuelo es tener
la taberna por vecina.

Si es o no invención moderna,
vive Dios que no lo sé,
pero delicada fue
la invención de la taberna.

Porque allí llego sediento,
pido vino de lo nuevo,
mídenlo, dánmelo, bebo,
págolo y voyme contento.

Esto, Inés, ello se alaba,
no es menester alaballo;
sólo una falta le hallo
que con la priesa se acaba.

La ensalada y salpicón
hizo fin: ¿qué viene ahora?
La morcilla, ¡oh gran señora,
digna de veneración!

¡Qué oronda viene y qué bella!
¡Qué través y enjundia tiene!
Paréceme, Inés, que viene
para que demos en ella.

Pues, sus, encójase y entre
que es algo estrecho el camino.
No eches agua, Inés, al vino,
no se escandalice el vientre.

Echa de lo tras añejo,
porque con más gusto comas,
Dios te guarde, que así tomas,
como sabia mi consejo.

Mas di, ¿no adoras y aprecias
la morcilla ilustre y rica?
¡Cómo la traidora pica;
tal debe tener de especias!

¡Qué llena está de piñones!
Morcilla de cortesanos,
y asada por esas manos
hechas a cebar lechones.

El corazón me revienta
de placer; no sé de ti.
¿Cómo te va? Yo, por mí,
sospecho que estás contenta.

Alegre estoy, vive Dios:
mas oye un punto sutil:
¿no pusiste allí un candil?
¿Cómo me parecen dos?

Pero son preguntas viles;
ya sé lo que puede ser:
con este negro beber
se acrecientan los candiles.

Probemos lo del pichel,
alto licor celestial;
no es el aloquillo tal,
no tiene que ver con el.

¡Qué suavidad! ¡Qué clareza!
¡Qué rancio gusto y olor!
¡Qué paladar! ¡Qué color!
¡Todo con tanta fineza!

Mas el queso sale a plaza
la moradilla va entrando,
y ambos vienen preguntando
por el pichel y la taza.

Prueba el queso, que es extremo,
el de Pinto no le iguala;
pues la aceituna no es mala
bien puedes bogar su remo.

Haz, pues, Inés, lo que sueles,
daca de la bota llena
seis tragos; hecha es la cena,
levántese los manteles.

Ya que, Inés, hemos cenado
tan bien y con tanto gusto,
parece que será justo
volver al cuento pasado.

Pues sabrás, Inés hermana,
que el portugués cayó enfermo…
Las once dan, yo me duermo;
quédese para mañana.

Preso de amores

Tres cosas me tienen preso
de amores el corazón,
la bella Inés, el jamón
y berenjenas con queso.

Esta Inés (amantes) es
quien tuvo en mí tal poder,
que me hizo aborrecer
todo lo que no era Inés.

Trájome un año sin seso,
hasta que en una ocasión
me dio a merendar jamón
y berenjenas con queso.

Fue de Inés la primer palma,
pero ya júzgase mal
entre todos ellos cuál
tiene más parte en mi alma.

En gusto, medida y peso
no le hallo distinción,
ya quiero Inés, ya jamón,
ya berenjenas con queso.

Alega Inés su beldad,
el jamón que es de Aracena,
el queso y berenjena
la española antigüedad.

Y está tan fiel en el peso
que juzgado sin pasión
todo es uno, Inés, jamón,
y berenjenas con queso.

A lo menos este trato
de estos mis nuevos amores,
hará que Inés sus favores,
me los venda más barato.

Pues tendrá por contrapeso
si no hiciere razón,
una lonja de jamón
y berenjenas con queso.

La Vejez

Deseáis, señor Sarmiento,
saber en estos mis años,
sujetos a tantos daños,
cómo me porto y sustento.

Yo os lo diré en brevedad,
porque la historia es bien breve,
y el daros gusto se os debe
con toda puntualidad.

Salido el sol por oriente
de rayos acompañado,
me dan un huevo pasado
por agua, blando y caliente.

Con dos tragos del que suelo
llamar yo néctar divino,
y a quién otros llaman vino
porque nos vino del cielo.

Cuando el luminoso vaso
toca en la meridional,
distando por un igual
del Oriente y del ocaso

me dan asada y cocida
una gruesa y gentil ave,
con tres veces del suave
licor que alarga la vida.

Después que cayendo, viene
a dar en el mar Hesperio,
desamparado el imperio
que en este horizonte tiene;

me suelen dar a comer
tostadas en vino mulso,
que el enflaquecido pulso
restituyen a su sér.

Luego me cierrán la puerta,
yo me entrego al dulce sueño,
dormido soy de otro dueño;
no sé de mi nueva cierta.

Hasta que, habiendo sol nuevo
me cuentan cómo he dormido:
y así de nuevo les pido
que me den néctar y huevo.

Ser vieja la casa es esto:
veo que se va cayendo,
voile puntales poniendo
porque no caiga tan presto.

Más todo es vano artificio;
presto me dicen mis males
que han de faltar los puntales
y allanarse el edificio.